Descolonización del saber en las corporalidades

Descolonización del saber en las corporalidades

Ariel Alejandro Sosa
Centro de Investigación y Formación para la Modalidad Aborigen (CIFMA)
kateisissosa@gmail.com

El cuerpo en disputa

Con la llegada de la “posmodernidad” el cuerpo fue ocupando una centralidad mayor en la conformación de las identidades culturales, sobre todo, a partir de la caída del muro de Berlín (1989/90) donde se occidentalizó y universalizó los estándares de “belleza”, sobre todo desde el impacto de los medios de comunicación, que fueron configurando modelos culturales homogenizantes. En consecuencia, surge una enorme industria capitalista de la cosmética que buscara “gerenciar el cuerpo modélico” bajo los cánones de la globalización, el mercado, imponiendo diseños, y formatos culturales estandarizados.

 Significa entonces, que el cuerpo paso a ser objeto de investigación no solo de la antropología, la biología, las ciencias médicas y la historia, sino también de los estudios culturales, la literatura, la fotografía, el cine, la danza, la escenificación, entre muchas otras disciplinas que exploran la construcción de la imagen social, cultural y psicológica del cuerpo. La corporeidad conceptualmente espacial y temporal, permitiría que el cuerpo se comporte como un contenedor, como un lugar. Esta definición pertenece a Hans Belting, quién explica que, si el cuerpo es un lugar en el mundo, también “(…) es un lugar en el que se crean y se conocen (reconocen) imágenes; y, las que quedan presas de nuestro recuerdo corporal están ligadas a una experiencia de vida en el tiempo y en el espacio” (Di Bella, 2017, p. 138).

Es por ello perfectible comprender, que el cuerpo siempre ha sido un campo en disputa, un territorio ontológico que ha estado atravesado por disímiles miradas a lo largo de la historia. En consecuencia, las mujeres han sido el signo “maligno” por la racionalidad patriarcal, cuyo desarrollo cultural y político, degeneró en una estandarización de los cuerpos, jerarquización, selección, persecución y eliminación de los mismos ante la “amenaza vernácula” de poderes falócratas, oscurantistas, patriarcales.

La “idealización” histórica del cuerpo, responde a una construcción misógina, y falocéntrica del poder[1], legitimada desde una dimensión hegemónica, mono cultural que responde a una visión modélica “eurocentrista”, cuya universalización, se plasmó sobre el resto de los continentes. En especial en América latina, donde se incorporó como fenotipo el “sujeto blanco, civilizado”, en el que la ideología de superioridad racial marco a fuego a los pueblos latinoamericano (y resto de los “países periféricos). Es decir, el discurso “civilización – barbarie” cobro materialidad ideológica en las políticas públicas lleva a cabo por los distintos estados, en especial en la Argentina con la “Generación del 80”. Son precisamente, las políticas públicas, legitimadas en las ciencias sociales y universidades, las que van operando como usinas del saber, cuyo correlato se condice con los grupos de poder dominante (no sin clara contradicciones en los distintos procesos históricos).

Debemos entender que descolonizar el saber, es deconstruir también el fenotipo de la mirada estereotipada del cuerpo. En primer lugar, como “propiedad” de las masculinidades andrógina, y, en segundo lugar, deconstruir los discursos falocéntricos de cuerpos hegemónicos, performateados bajo la naturalización cultural, que excluye a los que no se corresponden con sus estándares, para ejercer “el derecho” a la apropiación de nuevas identidades.

Es perfectible comprender que el saber hegemónico, monocultural, construye un sistema de creencias, de rituales, prácticas sociales, recorridos geográfico “onto significantes” que se reproducen de manera simbólica en la cotidianeidad cultural. Esto no es más que la colonización de subjetividades de sujetos deseantes intentando encontrar el sentido de pertenencia en el nuevo “sujeto consumidor”. Su felicidad es “el consumo” y la autoafirmación de un cuerpo funcional a la imposición tiránica del mercado capitalista. De aquí radican las dietas interminables, imposibles, los ejercicios flagelantes, las rutinas abúlicas, las cirugías modalizantes, para alcanzar la epopeya de un cuerpo idealizado. Una lógica que apunta la fragmentación del sujeto, a la disociación de proyectos comunitarios, a la exacerbación de hedonismos[2] banales, que pierden al individuo en un gran laberinto de consumo. Sujetos que se “auto-explotan” como nuevas formas de concretar el sentido ontológico del éxito.

Colonización de subjetividades

En el capitalismo global, observamos como las subjetividades son colonizadas por la “espectacularidad” en las redes sociales, esa invasión a la intimidad, en los micro mundos, donde la micro política es cada vez más banalizadas, por la fuerza rectora que operan sistemáticamente en el imaginario colectivo dominante. Ya no es necesario la presencia “omnipotente” del Estado, sino la continua “vigilancia” de las nuevas tecnologías que operan escondidas en algoritmos, donde “nada es privado”. ¿No es esto acaso una nueva forma de colonización de los sujetos y subjetividades? ¿Acaso la política misma no está atravesada por los relatos mediáticos como manifestación de una práctica de “hacer y ser” en el campo de lo público y lo privado? 

Paula Sibilia (2008) en su libro “La intimidad como espectáculo” se pregunta ¿Qué implica este súbito enaltecimiento de lo pequeño y de lo ordinario, de lo cotidiano y de la gente común? No es fácil comprender hacia dónde apunta esta extraña coyuntura que, mediante una incitación permanente a la creatividad personal, la excentricidad y la búsqueda de diferencias, no cesa de producir copias descartables de lo mismo. ¿Qué significa esta repentina exaltación de lo banal, esta especie de satisfacción al constatar la mediocridad propia y ajena?

La forma de recuerdo que las imágenes adquieren en nosotros donde la experiencia medial con imágenes es un ejercicio cultural. Nuestro cuerpo natural representa también un cuerpo colectivo y es también en este sentido un lugar de las imágenes, a partir de las cuales existen las culturas. Solo que en la actualidad el individuo ha dejado de estar sujeto a una cultura, que antes le imponía un contexto fijo y también las fronteras de su margen de acción personal. (Belting, 2007, p. 72-76)

El cuerpo se ve invadido por la exaltación hedonista, a una perfección imposible, impostada por una sensación narcotizante que lo diluye en imágenes disímiles, ansiando el “like” en las redes sociales como paroxismo de individuales banales, que lo somete a una reproducción modélica. Es perfectible comprender, que los territorios corporales son los espacios y escenarios a invadir por la avalancha de imágenes, sensaciones, discursos metalingüísticos, que disparan los medios de comunicación en toda su diversidad tecnológica, donde las búsquedas ontológicas funcionan bajo los imperativos del marketing, el consumo intermitente. Persiste una idea subalterna de adiestramiento, disciplinamientos, no sólo de los cuerpos, sino del campo ideológico- simbólico, donde “controlar es mejor que castigar”. Lo imaginario ha sido elevado exponencialmente, capturando al yo en un mundo de identificaciones, produciendo una subjetividad alienada en la virtualidad, la posverdad y el simulacro: el mundo se hizo imagen virtual.

Como lo expresa Nora Merlín (2022, p. 275)

Una subjetividad manipulada por imágenes comunicacionales diseñadas que resultan impuestas a fuerza de repetición, terminan funcionando como imperativos organizadores de la identidad y refuerzan la posición de obediencia de los miembros de la masa. La imagen televisiva virtual convertida en principal estrategia psicopolítica constituye un modelo para que el ciudadano sea guiado y adiestrado, operando como una brújula que dirige y ordena.

La matriz de la epistemología dominante- colonizadora opera bajo la racionalidad de capitalismo, en el que ya no es “necesario apropiarse de la plus valía”, sino que, procede a apropiarse de los sujetos deseantes, pues es precisamente, los deseos, una producción –simbólica- inagotable, que moviliza la individuación absoluta, la megalomanía de un “yo” exacerbado, que alimenta a un narcisismo alienante. De manera que, los deseos como fuente inacabable de las subjetividades, son amenazadas por la artillería del consumo “inagotable”. Allí reside el poder de la colonización de las subjetividades. En la capacidad de “producir y crear” más deseos, atravesando todas las esferas y capas sociales, por lo que, los sujetos deseantes siempre están en busca de apaciguar la incontención del deseo mismo.

Deseo y Decepción[3]

En dicha conquista, los deseos operan como fuerza de poder sutil ligados a procedimiento tecnológicos, que funcionan con una lógica autoritaria que penetra en lo más íntimo del “inconsciente” los sujetos. Lugar donde ya no existe el mundo “hardware”, sino que, predomina los mecanismos “software”, lo líquido, lo volátil (Bauman, 2003) lo intangible, la infinidad de posibilidades deseantes, la no frontera entre el deseo, la subjetividad, la realidad –virtual- y la fantasía.

Precisamente es en esta construcción “fantasmagórica del sujeto deseante”, impulsados por un saber asimétrico, que lo coloca en una incertidumbre ontológica, en una búsqueda frenética, constante de insatisfacción, de contradicción, en el que se encuentra “dislocado”, sin lugar identitario, ni pertenencia. En todo caso, anhela la inclusión a una esfera exógena, universal, acultural, que lo somete a una matriz de pensamiento lineal, despótico, que lo arroja al consumo incesante para intentar sofocar la libidinosa sensación de vacío existencial. Donde no hay comunidad no hay posibilidad de encuentro ni de proyecto. La colonización del deseo participa de la hiperindividuación[4], de la fragmentación política, de la sumisión de un sujeto huérfano de proyecto comunitarios.

Esta docilidad de los cuerpos, de los sujetos, no es más que, el poder de la mercadotecnia, que en su proceso de sofisticación expolia a un sujeto desprovisto de conciencia que no puede enfrentar los avatares de una “ideología del consumo y descarte”.

Michel Focuault (2008, p. 160) expresa en “Vigilar y Castigar”, que

(…) existe una “anatomía política- la idea de biopolítica- que es así mismo una mecánica de poder que define como se puede apresar el cuerpo de los demás, no simplemente para que ellos hagan lo que desea, sino que se opere como se quiere, con las técnicas, según la rapidez, y eficacia que se la determine. La disciplina fabrica cuerpos sometidos, y ejercitados, “cuerpos dóciles (…).

Del mismo modo opera esta relación entre subjetividades, cuerpos disciplinados, tecnología y deseos, en el que los sujetos “son invadidos” y lanzados a un mundo de ensueño, a una constante fantasía hipertrófica que, en definitiva, son los nuevos dispositivos opresores para auto explotación de los propios individuos. Porque la “ilusión virtual” está siempre deseante, incapaz de convertir su fantasía. En realidad, sucede que, “el ojo desea lo que le es imposible a la mano (Certeau, 2008, p. 48)

La normativización de las micro y macro políticas asimétricas validadas en un sistema de creencias por el capitalismo, la academia eurocéntrica (hegemónica), la discursividad dominante de los oligopolios de la “información”, dan como resultados sujetos disciplinados, sometidos, a cierta conformación canónica de un fenotipo “ahistórico y distópico”, lo cual lo convierte en un proyecto maleable, sustituible, desechable, cuya identidad esta signada por un número. Ligado al imperio del algoritmo que lo conduce a la imposibilidad de concretar la inmensa cuantía de deseos (insatisfechos, frustrados, etc.), en consecuencia, al padecimiento de una “desnudez ontológica”.

El proyecto ontológico se encuentra a merced de la “mercadolatría”, cuya des-orientación provoca nada más que la fragmentación de lo político, de lo comunitario como fuerza trasformadora. Amenazadas las libertades, hallamos a un sujeto desprovisto de herramientas de saberes, que necesita reencontrar la órbita del “sentido para qué y para quién”, de manera que, restablezca el sentido político y de lo político como proyecto ontológico; que sea capaz de confrontar, transformar las estructuras ficticias que impone toda una racionalidad de exclusión y muerte. 

En busca del Sentido Ontológico

¿Cómo descolonizar las subjetividades sostenidas por lógicas de mercadolatría, narcisismos ontológicos, autoritarismo digital, colonización de los deseos? ¿Cómo deconstruir los discursos hegemónicos que ejercen violencia simbólica sistemática legitimados desde el falogocentrismo?

No resulta fácil una respuesta. Sin embargo, considero que hay elementos de resistencias en la diversidad cultural, en los feminismos, en los márgenes de las grandes ciudades, donde la voz de las subalternidades continúa tejiendo redes de solidaridad, reconfigurando micro políticas, cuyos mecanismos de lucha no son centros de usina del poder central, pero que, anteponen a lo individual sueños colectivos, ante la meritocracia lo colectivo como encuentro con el otro. Porque allí radica el rostro humano, en el próximo que nos devuelve en su mirada el sentido de humanidad. 

En este sentido, es que debemos problematizar las subjetividades del “yo” no sólo como individuo, sino como una producción política para acercarnos a nuevos acontecimientos, provocar rupturas, que nos emancipen de las estructuras de poder dominante, deconstruyendo las racionalidades de la cultura hegemónica capitalista. Encontrar sentido del “para quién y del para sí”, es la búsqueda de una ontología libradora que pretende ubicar una cartografía de interrelaciones e interseccionalidades que disputen los modelos dominantes. Aquí encontraremos el sentido, cuando el sujeto percibe la compleja realidad no alienada, sino que, tiene la capacidad de tomar conciencia de su propia subjetividad, de la otredad, de la exterioridad que demanda su presencia y protagonismo.

Consideraciones finales

No podemos pensar la descolonización del saber sin la descolonización del cuerpo. Saber y cuerpo son inmanentes, significa la construcción identitaria del Ser, un proyecto constate constitutivo de la vida social, cultural y política. Por lo que nos es necesario realizar una “hermenéutica” ontológica del sujeto, que nos permita darle sentido ante la invasión moralizante de estándares culturales, consumo, que subyugan al individuo a una desorientación óntica. Pensar el cuerpo como posibilidad va más allá de su “habitabilidad”, sino como tejido identitario que se entrelaza en un proceso de liberación que procura desandar, deconstruir los mandatos coloniales-patriarcales.

Nos urge pensar en una epistemología de la liberación como la construcción política de un acto humano, filosófico, que no remita a preguntarnos no solo el porqué, sino también el cómo del camino a construir, aunque eso signifique contradicciones en el proceso. Pensar en una epistemología descolonizada, nos impulsa a construir y reconstituir una matriz de pensamiento endógena dialógica, en el que las voces marginales, silenciadas, cobren notoriedad, protagonismo, entendiendo que las subalternidades han resistido a las usinas del poder hegemónico eurocéntrico y anglosajón. Por ello, necesitamos deconstruir los “estereotipos” de las universidades, de manera que, las mismas participen de espacios populares, que se abran al debate desde otras cosmovisiones interculturales, teniendo en cuenta a los pueblos originarios, que tanto tienen por aportar a la sociedad occidentalizada y capitalista.

No nos alcanza con resistir, debemos ser capaz de construir una matriz de pensamiento latinoamericano que dialogue con otros saberes despatriarcalizados, pero que, también recupere el tejido social, político, cultural. En el que reconfiguremos las identidades que potencien proyectos comunitarios sea desde lo micro o macro político, teniendo en cuenta los procesos históricos de luchas y resistencias que han marcado las identidades nacionales y continúan en conflicto.

De aquí, que pensar en la emancipación ya no debe considerarse una opción, sino una decisión política, entendiendo que todas las respuestas no la tendremos desde el Estado (aunque es el primer responsable) sino que, debemos buscar en la heterogeneidad de voces, en especial las de abajo. Las que están en el barro de la historia, que nos convocan a transformar nuestro mundo por fuera de las lógicas de ganancia, acumulación y explotación humana. Por fuera del capitalismo. El desafío seguirá siendo enorme, pero nunca imposible.

Referencias bibliográficas

Bauman, Z. (2003) Modernidad Líquida. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica de Argentina S.A.

Belting, H. (2007) Antropología de la imagen. Buenos Aires, Katz Editores.

Di Bella, D. V. (2017) El cuerpo como territorio. Cuaderno 64 | Centro de Estudios en Diseño y Comunicación, Año 18 (64), 137-152.

Foucault M. (2008) Vigilar Y Castigar. Buenos Aires, Ed. Siglo XXI Edición. 

Merlin, N. (2019) Colonización de la subjetividad y neoliberalismo. Revista GEARTE, 6 (2), 272-285.

Sibilia, P. (2008) La intimidad como espectáculo. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.

Sosa, A. (2022) Repensar(nos). Resistencia,Ed. ConTexto.


[1] La referencia al concepto del “falocentrismo” se centra en la idea discursiva que las demás corporalidades y entidades giran en torno a la masculinidad hegemónica, de manera que, es la visión concéntrica del poder patriarcal que determina y valida a las otredades. En consecuencia, ésta idea “falocéntrica” ha sido remitente de persecución no solo a las mujeres a lo largo de la historia, sino también, a todas las “diferentes identidades” sexuales que no comulgan  con su normatividad.

[2] El hedonismo como tal, nos habla de la búsqueda del placer  y bienestar. El problema suscita, cuando el sujeto sumergido en su propia búsqueda individual, pierde el sentido de la otredad, cuyo fin último es el placer por el placer mismo. De manera que, el sujeto es sometido a una sensación narcotizante constante, es decir, un ser alienado.

[3] Es un juego de palabras del autor, en referencia a la película del mismo nombre del año 1992. Donde la protagonista Diana Baylor, una mujer frágil y nerviosa, visita al prestigioso psiquiatra de San Francisco Isaac Barr. La personalidad de Diana, muy marcada por la influencia de un padre incestuoso y violento, atrae al psiquiatra, que acepta tratarla para averiguar qué se esconde detrás de esa hermosa e inestable mujer. Para Barr, Diana es un desafío. Cansado de casos más o menos convencionales, tiene la oportunidad de adentrarse en una mente oscura y llena de fascinantes recovecos. Dicha analogía, se remite a la incontinencia de los deseos, que nos llevan como sociedad de consumo a lugares inimaginables, donde el sujeto, pierde su sentido ontológico seducido por un “objeto deseante imposible”.

[4] Concepto utilizado por el filósofo Gilles Lipovostky, como un cambio de paradigma social donde el hiperindividualimo elimino marcos tradicionalistas tales como: familia, ideología y religión que, si bien persisten, ya no dirigen las conciencias y eso genera una pérdida estructural que deja un vacío existencial en los individuos, quienes buscan y pretenden definir su identidad porque ya no son de un pueblo, ni de una iglesia, ni de un partido político. En consecuencia, es un sujeto “hiperindividualizado” sin orientación ontológica.


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