El lenguaje como Institución: Intencionalidad Colectiva, Relaciones de Poder y Construcción de la Realidad Social

El lenguaje como Institución: Intencionalidad Colectiva, Relaciones de Poder y Construcción de la Realidad Social

Daniel Eliseo Silvestri

UEGP Nº56 “Carlos Belisario Enríquez”

Instituto de Formación Docente y de Formación Técnica.

La Escondida, provincia del Chaco.

desilvestri@gmail.com

Resumen

El presente artículo está enmarcado dentro de la perspectiva del giro pragmático del lenguaje y realiza un recorrido por algunas de las ideas de Searle respecto a la manera en que el lenguaje juega un papel importante en la manifestación de la intencionalidad colectiva, permitiendo relaciones de poder que son las que contribuyen a la dinámica de la realidad social. El interrogante que da origen a este escrito es ¿cómo la intencionalidad colectiva, mediada por el lenguaje genera relaciones de poder y contribuye a la dinámica de la realidad social? Para el análisis del poder se toman tres nociones que se relacionan entre sí; por un lado, el poder entendido como poder convencional que, dado en circunstancias adecuadas permite la imposición de un status, dando lugar al poder deóntico y, por último, las relaciones de poder que van a ser el punto nodal de análisis porque es a partir de estas relaciones que se da paso tanto al poder convencional como al deóntico. En este sentido, es importante pensar que el lenguaje sirve como vehículo para que se manifieste la intencionalidad colectiva y se produzcan las diferentes relaciones de poder en la cuales nos movemos de continuo y de las cuales somos protagonistas y no meros espectadores.

Palabras claves: Relaciones de Poder; Protagonismo; Valores; Status.

Introducción

El siglo XX sin dudas se ha caracterizado por las importantes reflexiones que giran en torno al lenguaje a partir del giro lingüístico y posteriormente el giro pragmático. Con el giro lingüístico se piensa al lenguaje como agente de transmisión, pero también de construcción de pensamientos, y es a la vez quien fija sus límites. Sin embargo, la imposibilidad de concretar alguno de sus objetivos genera la decadencia del giro lingüístico y el surgimiento del giro pragmático que implica en cierta medida la continuidad del primero, pero sostiene que es imposible pensar al lenguaje como separado de las actividades sociales y del marco institucional en que se desarrolla. Ni tampoco como elemento abstracto sino constitutivo de la realidad social e institucional.

A partir de esto, el presente trabajo -enmarcado dentro de la perspectiva pragmática- realiza un pequeño recorrido por algunas de las ideas de Searle respecto a la manera en que el lenguaje juega un papel importante en la manifestación de la intencionalidad colectiva, permitiendo relaciones de poder que son las que contribuyen a la dinámica de la realidad social.

El interrogante que surge entonces es ¿cómo la intencionalidad colectiva, mediada por el lenguaje genera relaciones de poder y contribuye a la dinámica de la realidad social? Para el análisis del poder se toman tres nociones de poder que se relacionan entre sí; por un lado, el poder entendido como poder convencional que, dado en circunstancias adecuadas permite la imposición de un status, dando lugar al poder deóntico y, por último, las relaciones de poder que van a ser el punto nodal de análisis, porque es a partir de estas relaciones que se da paso tanto al poder convencional como al deóntico. En este sentido es importante pensar que el lenguaje sirve como vehículo para que se manifieste la intencionalidad colectiva y se produzcan las diferentes relaciones de poder.

El trabajo está dividido en tres partes y una conclusión. En la primera, se reafirma la idea del lenguaje como institución instituida e instituyente, en tanto participa de las demás instituciones sin agotarse en ninguna de ellas. En la segunda, se trata de explicar cómo el lenguaje permite lo que Searle denomina realidad social, que no es otra cosa que el mundo de la cultura, el mundo humano. Y por último, se intenta explicar la polémica idea de intencionalidad colectiva y la imposición de status y, cómo esto deviene en mecanismos y relaciones de poder concebido éste con una matriz positiva y otra negativa. Finalmente, en la conclusión se afirma la intencionalidad colectiva como constructora de la dinámica de la realidad social mediada por el lenguaje y el interjuego de relaciones de poder.

De esta forma no se pretenden invalidar los aportes de Searle, sino más bien darle mayor implicancia en el proceso de construcción de la realidad social. El material bibliográfico para examinar nuestro objeto de estudio, esta constituido por la Construcción de la Realidad Social de John Searle realizando algunos entrecruzamientos con artículos de Alegre y Cuchumbé.

Lenguaje y Constitución de instituciones

Lenguaje como institución[1]

Pensar el lenguaje significa pensar en un sistema constituido por reglas, convenciones y prácticas, que posibilitan y regulan su funcionamiento y que todo hablante debe manejar para poder desempeñarse dentro de su universo. Este sistema es dinámico, es decir, va mutando de acuerdo a las necesidades y circunstancias. Si tomamos el caso de Juan y Ana que dialogan entre sí respecto al amor en una bella tarde de verano junto al mar, ambos comparten reglas, convenciones y prácticas propias de la lengua en que se comunican. A través del uso de diferentes palabras, con el tiempo se resignifican unas y construyen otras a partir del consenso, para expresar ese sentimiento, las que, de acuerdo al uso pueden generalizarse más o menos llegando hasta ser agregadas al diccionario de la lengua.

En esta situación vemos, por un lado, cómo el lenguaje necesita de reglas que lo hacen funcional y, por otro, cómo su dinámica permite la modificación o introducción de términos (palabras), siendo el elemento clave en este caso el uso. A partir del uso, se van incorporando, modificando y cayendo en desuso las palabras. Muestra de ello es la reciente incorporación de términos como frezada o alverja, al diccionario de la Real Academia Española debido a que un sector importante de los hablantes lo usa en lugar de frazada o arveja respectivamente.

En este sentido es importante destacar la forma en que Javier Alegre,

(…) entiende al lenguaje como una institución social reglamentada en la que se produce un intercambio, no exento de sometimiento y violencia simbólica entre los hablantes y que es tanto promotor de estructuras mentales complejas como límite del pensamiento significativo (…) como práctica social, concreta e histórica a través de la cual los seres humanos constituyen su mundo, al tiempo que se constituyen a sí mismos (Alegre, 2009, p. 6).

Es decir, la dinámica misma de la sociedad humana es mediada por el lenguaje, esto es importante para pensar la idea del poder que intentamos afirmar, cuando veamos la intencionalidad colectiva y las relaciones de poder.

De esta forma, el lenguaje es una institución instituida porque no es natural, sino que se construye a partir de reglas más o menos consensuadas y es también institución instituyente al estar presente en la constitución de cada institución, siendo que no podemos pensar a una institución separada del lenguaje. En esto coinciden con la mayoría de los defensores del giro pragmático. En palabras de Searle (1997)

(…) el lenguaje es la institución social básica en el sentido de que todas las demás presuponen al lenguaje, pero el lenguaje no las presupone a ellas (…) cada institución necesita de elementos lingüísticos de los hechos que están a cubierto de la institución misma (p. 75-76).

Es decir, el lenguaje juega un papel protagónico en la construcción de la realidad social, sin embargo, es menester no caer en un panlingüismo[2] teniendo en cuenta que, si bien es clave en la creación y representación de la realidad social, ésta no se agota en el lenguaje, puesto que, como veremos más adelante, es un elemento relacional, no basal; un medio para la manifestación de la intencionalidad colectiva. Es también quien permite la imposición de status. Pero no está cerrado en sí mismo, ya que las instituciones necesitan del lenguaje para su constitución, debido a que las significaciones sociales se dan en y por el lenguaje, pero no están completamente dominadas por él.

Hasta aquí intentamos presentar algunos de los elementos claves para pensar una concepción institucionalista del lenguaje, y dejar sentadas las bases para pensar en el próximo apartado cómo el lenguaje forma parte del proceso de constitución de la realidad social.

Creación de la realidad social

El lenguaje como elemento constituyente de la realidad social.

En el punto anterior veíamos cómo el lenguaje es una institución y una meta institución puesto que constituye a todas, pero no se acaba en ninguna, y por ello, a continuación, analizaremos la manera en que contribuye a la creación de la realidad social.

En este sentido, lo contribuye ya que entraña la imposición de un tipo especial de función a entidades físicas brutas que no guardan relación natural con esa función, en este punto es menester que aclaremos que para Searle existen dos tipos de hechos, los hechos brutos o naturales y los hechos institucionales.

Los hechos brutos no requieren intervención de las instituciones humanas, y si bien se los enuncia a través de la institución del lenguaje, su existencia es independiente de que se la pueda o no enunciar, la lluvia cae, independientemente de que la observemos o no, de que podamos o no describirla. Estos hechos brutos o naturales, dan pie a pensar que existe una realidad totalmente independiente de nosotros. Y, por otro lado, los hechos institucionales que son una subclase de los hechos sociales[3], en tanto que necesitan de instituciones humanas para su existencia, siendo el lenguaje el elemento clave para la realización de estos hechos.

Seguidamente veremos cómo se producen estos hechos institucionales a través de la mediación de dos tipos de reglas. Por un lado, las reglas regulativas que permiten regular un campo ya establecido (por ejemplo, el tránsito) y contribuyen a su ordenamiento, pero no son imprescindibles para su funcionamiento. Por otro, las reglas constitutivas preceden al campo de acción y su inexistencia o inobservancia impide la realización del campo al que constituyen (ejemplo el ajedrez), en este caso no es posible jugar si se desconocen o quebrantan tales reglas. Estas reglas, como lo veremos más adelante, desde la perspectiva de Searle toman la forma de “X cuenta como Y en C”. Es decir, un elemento cuenta como otro en un determinado contexto, lo que es posible gracias al simbolismo que es “la capacidad biológica para hacer que algo simbolice -o signifique o exprese- otra cosa distinta” (Searle, 1997, p. 232) Así la realidad social es constituida a partir de los hechos brutos o naturales y los hechos institucionales, con la participación del lenguaje quien como mencionáramos aunque no constituye a los hechos brutos o naturales, por lo menos los enuncia y permite la concreción de los hechos institucionales que necesitan indefectiblemente del lenguaje.

Hasta acá vimos como el lenguaje interviene en la constitución de las instituciones y permite la constitución de la realidad social. A partir de esto veremos en qué consiste la intencionalidad colectiva y la forma en que interviene en la construcción y consolidación del lenguaje a través de la imposición de status, que es lo que permitirá la instauración y consolidación tanto del poder deóntico y, a partir de él, lo que se conoce como poder convencional, y es justamente ahí donde pretendemos llegar para dar lugar a la existencia de un poder relacional.

Intencionalidad colectiva: imposición status.

Vista la importancia del lenguaje en la constitución de la realidad social veremos cómo el lenguaje sirve como herramienta para la manifestación de la intencionalidad colectiva, que según Searle (1997) es

(…) un fenómeno biológico primitivo que no puede ser reducido a, o eliminado a favor de otra cosa (…) El elemento crucial en la intencionalidad colectiva es un sentido del hacer (desear, creer, etc.) algo juntos, y la intencionalidad individual que cada una de las personas tiene deriva de la intencionalidad colectiva que todos comparten (p. 42)

Con lo cual está intentando demostrar que la intencionalidad de cada cabeza individual tiene la forma del nosotros intentamos. A esta intencionalidad colectiva podemos llamarla intencionalidad interpersonal porque hace referencia a una especie de acuerdo más o menos tácito que se realiza en ese nosotros. Es importante aclarar -cosa que no se observa en Searle- que ese nosotros cobra un carácter circunstancial, lo que equivale a decir que no es un grupo impermeable, sino que se puede agrandar o achicar, desaparecer y aparecer nuevos, de manera más o menos aleatoria de acuerdo a un interjuego que estimamos se relaciona con las intencionalidades individuales. Si continuamos considerando el ejemplo del dinero, si bien tiene una connotación bastante común, nos encontramos con grupos de personas que dependen absolutamente de él, mientras otras solamente lo toman como un elemento que permite ciertos intercambios, prescindiendo de él incluso en muchas operaciones.  Esta observación es importante pues nos permitirá pensar el poder desde otra perspectiva, una más abierta y dinámica, como lo veremos en el próximo apartado.

Lo característico de esta intencionalidad es que, a través de ella, grupos más o menos estables de personas imponen determinados status a hechos brutos o institucionales. Produciéndose un interjuego entre las reglas constitutivas y regulativas. En este intentar de la intencionalidad colectiva se produce uno de los elementos clave en la constitución del lenguaje, a saber, el status, que es colectivamente aceptado y conlleva una función vinculada intencionalmente. Este tipo de funciones son conocidas como funciones de status, en palabras de Searle (1997)

la intencionalidad colectiva asigna un nuevo status a algunos fenómenos, un status con el que va una función que no puede ser cumplida meramente en virtud de los rasgos físicos intrínsecos del fenómeno en cuestión. Esa asignación crea un nuevo hecho institucional, un hecho creado por acuerdo humano (p. 63)

Y continúa diciendo

La forma de la asignación de nueva función de status puede representarse con la fórmula «X cuenta como Y en C» esta fórmula nos proporciona una herramienta poderosa para entender la forma de creación del nuevo hecho institucional, porque la fórmula de la intencionalidad colectiva es imponer ese status y su función, determinada por el término X, la locución «cuenta como»  es crucial (…) dado que la función en cuestión no puede ser cumplida meramente por rasgos físicos del elemento X, requiere de nuestro acuerdo o de nuestra aceptación para que sea cumplida. Así, acordamos contar con el objeto nombrado por el término X como un objeto en posesión de status y de la función determinados por el término Y.

Esto se ve claramente si pensamos por ejemplo en un pedazo de papel (X) que cuenta como un billete de cinco pesos (Y) para el sistema monetario argentino y esto es también percibido de esta forma por la ciudadanía toda (C), esta imposición de status es mediada por el lenguaje con la aceptación de una comunidad y no son intrínsecas a la física de los fenómenos, sino que son relativas a los observadores.

Vale resaltar que la intencionalidad colectiva se manifiesta de modo particular en los grupos humanos, quienes imponen funciones a fenómenos naturales, pero también a formas de cooperación humana que genera el reconocimiento de un nuevo status al que se asigna alguna función. Y, si bien en alguna medida es posible encontrar animales (especialmente primates) que utilizan instrumentos como por ejemplo piedras para romper nueces, son escasas y no determinan su desarrollo como especies. En el ser humano en cambio, este tipo de status y funciones son cada vez mayores y quizá en esto radique la diferencia más importante respecto a las demás especies.

Estas funciones que se asignan a los status se diferencian en funciones agentivas que son las que determinan los status que se mantienen en tanto y en cuento, pervive la intencionalidad por parte de los usuarios o agentes (ejemplo, el dinero, la silla), a diferencia de las no agentivas, en las cuales su función es independiente de las intenciones de los agentes (ejemplo la función del corazón, de la respiración) (Searle, 1997).

En este trabajo interesan particularmente las funciones agentivas que indican que cuando se aplica a un objeto, a un acontecimiento o a un agente una función de status, ésta sólo existe si se logra representar a través del acuerdo colectivo. Puesto que crea una condición que se añade a los rasgos físicos de un hombre y esa condición le confiere capacidades, poderes, derechos, compromisos, autorizaciones, requisitos, permisos, privilegios y obligaciones, para orientar el curso de sus acciones independientemente de sus inclinaciones naturales. Es importante remarcar lo relevante que son para las personas estas funciones, llegando a determinar de forma decisiva las relaciones entre las diferentes personas y grupos. Es en este punto en donde se puede pensar que dan lugar a un poder entendido de diferentes formas, pero que condiciona y determina en buena medida a estos entramados sociales al favorecer por un lado y limitar por otro, campos de acción.

Esto es posible básicamente a través de las reglas de que se vale el lenguaje, particularmente las reglas regulativas, puesto que lo hacen en virtud de una necesidad, agregándose, quitándose o modificándose. Aunque las constitutivas no están exentas de tales modificaciones que son propias de la dinámica de la realidad social en donde, como lo mencionáramos en el apartado anterior, juegan un papel preponderante los hechos institucionales, que es al final de cuentas en donde tiene mayor efecto la intencionalidad colectiva y es aquí en donde aparecen las nociones de poder que preocupan particularmente en este trabajo. Teniendo en cuenta entonces el peso que arrastra la intencionalidad colectiva, vamos a ver cómo se produce la dinámica de las relaciones entre intencionalidad colectiva y poder con intervención clave del lenguaje.

Intencionalidad Colectiva y Poder.

Como veníamos adelantando la intencionalidad colectiva es decisiva en la imposición de status, ahora veremos cómo esta imposición de status es decisiva también para la consideración del poder. La intencionalidad colectiva o intersubjetiva como dimos en llamar es fundamental para imponer un status con el cual se genera un poder convencional, que es simbólico, en tanto se vale del simbolismo -no de la fuerza- para permitir el sometimiento a las reglas constitutivas y convencionales que describimos en el apartado intitulado El lenguaje como elemento constituyente de la realidad social. En este sentido, recurrimos a algunas ideas de Cuchumbé quien, al analizar las ideas de Lenguaje, Realidad Social y Poder en Searle, ayuda a preguntarnos acerca de la relación existente entre la función de estatus y el poder convencional ante la cual es tentador creer que la existencia de las estructuras institucionales es posible gracias a la capacidad de poder individual.

 Sin embargo en “(…) sociedades democráticas la cuestión parece ser al revés, pues el poder convencional depende de la aprobación colectiva de la función  de estatus” (Cuchumbé Holguín, 2012, p. 213)[4] esto lo sostenemos en buena medida con el respaldo de Searle quien considera que no se puede asumir que el sistema de aprobación colectiva esté respaldado sólo por el poder de un individuo, sino más bien el reconocimiento colectivo a la existencia de una función de estatus atribuida a una estructura institucional en la que se realiza una intensa correlación de fuerzas entre diversas modalidades de vida humana. Esto permite comprender por qué, la intencionalidad colectiva o intersubjetiva, es defendida con tanto ahínco y no puede ser reducida a una intencionalidad individual, puesto que, de lo contrario la imposición de status no sería tal.

En consecuencia, sostiene Cuchumbé (2012) “gracias a la capacidad colectiva de asignación de función de estatus, es posible construir o destruir determinada forma de poder convencional” (p. 213) entendido como “(…) un acontecimiento único que hace parte de la realidad social constituida por el lenguaje” (p. 206). Es decir, las funciones de status son asuntos de poder, en tanto los actos institucionales de la civilización requieren de la creación y mantenimiento de relaciones institucionales de poder que se realizan mediadas por el lenguaje que permite la imposición y/o aceptación colectiva de funciones de estatus.

De esta forma, las relaciones entre las funciones de estatus y el poder convencional encierran fuerzas incomparables que deben entenderse, Searle afirma que las funciones de status son siempre cuestiones de poderes positivos y negativos. Si pensamos por ejemplo el dinero y el casamiento, otorgan poderes peculiares pues están mediados por el lenguaje, el simbolismo no la fuerza bruta, lo que los convierte en poderes deónticos que son entendidos como elementos que sirven para regular las relaciones entre las diferentes personas permitiendo la intencionalidad colectiva imponer derechos, privilegios, habilitaciones, castigos y autorizaciones. Es decir, le otorga o niega poder cuando le otorga poder hablamos de poder positivo y cuando niega de poder negativo. 

Continuando con este análisis podemos ver como Searle hace referencia al ejemplo de la frontera (un muro) que funcionaba físicamente como barrera y que fue evolucionando hasta convertirse en un objetodepoder convencional (simbólico)[5], en una marca de frontera. En este caso se pretende que la frontera funcione del mismo modo que lo hacía el muro, sin embargo, por ser agentiva, esta función se evidencia a partir del reconocimiento y la intencionalidad colectiva de que la línea o las piedras de la frontera tienen un status especial al que va vinculada la función. Este reconocimiento puede traducirse como legitimidad, que se manifiesta a partir de la aceptación explícita o implícita de esta convención. 

De esta forma vemos cómo la intencionalidad colectiva[6]  juega aquí un papel preponderante en la consolidación de la idea que se intenta afirmar, respecto al lenguaje como elemento relacional que vehiculiza al poder convencional. Puesto que para que se pueda concretar la intencionalidad colectiva es menester que los integrantes de ese colectivo comparten una creencia, un deseo, en fin, una intención. En este sentido Cuchumbé (2012), sostiene que “(…) desde el lenguaje la intencionalidad colectiva impone funciones de status que crean formas de poderes deónticos,” (p. 206). Este poder deóntico es aquí de gran importancia porque es el que marca determinadas reglas constitutivas y regulativas que pasan a formar parte del poder convencional que, entendido de forma lineal permite relaciones de dominación de unos sobre otros.

Antes bien, si analizamos la manera en que se constituye la intencionalidad colectiva y cómo ésta impone colectivamente la función de status -como ya lo referenciáramos en reiteradas ocasiones- nos es posible pensar una visión del poder entendido como relaciones de poder, antes que dominación de unos sobre otros. Esto, a partir de la consideración que el mismo Searle (1997) realizara al sostener que “todo lo que resulta apreciable de la civilización requiere la creación y el mantenimiento de relaciones institucionales de poder, a través de funciones de status colectivamente impuestos” (p. 317). Estas funciones de status puesto que son creadas, son susceptibles de una vigilancia permanente y se exponen a un ajuste constante, lo que permite crear y preservar la flexibilidad y creatividad humana para que los poderes deónticos y, consecuentemente el poder convencional, devenidos de estas funciones pueden dinamizarse y ajustarse con mayor precisión a las necesidades y demandas de esa realidad social que se construye y reconstruye de forma permanente y con nuestra participación activa o nuestro consentimiento tácito. Todo esto mediado por el lenguaje.

Conclusión

A partir del recorrido realizado en torno a las ideas de Searle y Cuchumbé principalmente respecto a la constitución de la realidad social a través del lenguaje y la intencionalidad colectiva, estamos en condiciones de dar algunas respuestas al interrogante fundamental en torno al cual giró el desarrollo del presente trabajo ¿cómo la intencionalidad colectiva, mediada por el lenguaje genera relaciones de poder y contribuye a la dinámica de la realidad social?

La intencionalidad colectiva o intersubjetiva, genera relaciones de poder como producto de su dinámica, a partir de las reglas constitutivas y regulativas a partir de las cuales impone determinados status, éstos a su vez son los que generan poderes deónticos, a saber, aquellos que implican deberes, obligaciones y reglas. Por su parte, estos poderes deónticos devienen en una suerte de poder convencional, es decir, un poder que se establece e impone de modo más o menos general. Vistas así las cosas parecería ser que la intencionalidad colectiva propiciaría espacios de dominación de unos sobre otros, a partir de la utilización del lenguaje y la capacidad de simbolización que éste genera a través de las funciones agentivas.

Sin embargo, debemos tener en cuenta que esta imposición de status se realiza a partir del consenso lo que permite considerar al poder como poder relacional lo que equivale a pensar que es una construcción social mediada por los acuerdos o consensos intersubjetivos producto de la intencionalidad colectiva, quedando desdibujada esta idea de dominación de unos sobre otros y apareciendo como posibilidad la participación activa de los diferentes sujetos en la construcción de la realidad social.

De esta forma todos somos partícipes y por consiguiente capaces de revisar, recrear, cambiar y proponer nuevas normas, basadas en acuerdos, los cuales tendrán desde luego también el carácter de poder deóntico y normativo, pero siempre a partir de una construcción, no de una imposición, jugando un rol protagónico la reflexión ético filosófica y el consecuente desarrollo de valores morales sólidos que permitan el desarrollo integral de las personas respetándose a sí mismas, respetando a los demás y respetando también a la naturaleza.

Este trabajo es una puerta a seguir pensando la relevancia del lenguaje en las instituciones y de modo particular las relaciones de poder y la manera en que todos jugamos un lugar protagónico en estas relaciones de poder y ver que en la educación y en cada uno de nosotros tiene el gran desafío de construir de modo permanente y dinámico nuestra mejor versión.

Referencias bibliográficas

Alegre, J. (2009) La intervención del lenguaje en la constitución de las instituciones.  Perspectivas filosóficas contemporáneas sobre la pragmática del lenguaje. Revista Nordeste Serie Investigaciones y ensayos, (8): 5-44.

Cuchumbé Holguín, N. (2012) Lenguaje, Realidad social y poder: John Searle. Entramado 8 (2): 206-215.Recuperado de https://www.redalyc.org/pdf/2654/265425848013.pdf

Durkheim, E. (1988) Las reglas del método sociológico. Madrid, Alianza.

Searle, J. (1997) La construcción de la realidad social. Barcelona, Paidós.


[1] Se usa aquí el concepto de institución como correspondencia o relación entre personas organizadas a partir de un sistema de reglas explícita o implícitamente consolidada y que tiene el carácter de obligatoriedad para sus integrantes.

[2] Panlingüismo es entendido aquí como la reducción de todos los fenómenos humanos al lenguaje. Esta postura fue sostenida por Lord y Heidegger fundamentalmente, postura que es criticada en general por el giro pragmático porque si bien el lenguaje es inherente a todas las relaciones y construcciones humanas éstas no se reducen a él.

[3] El concepto de “hechos sociales” tiene su origen en Emile Durkheim (1988) quien los configuró, como modos de hacer, pensar y existir en una sociedad exteriores a las conciencias individuales de los hombres y que pueden ejercer sobre ellos una influencia coercitiva. Durkheim, E. (1988) Las reglas del método sociológico. Madrid, Alianza. 1988. Pp. 56-68.

[4] Es preciso aclarar que los términos estatus y status son equivalentes, solamente que Holguín lo toma en la versión castellanizada como estatus, y en la traducción del texto de Searle aparece como status.

[5] Si bien la expresión poder no aparece directamente en Searle, se puede entender que el muro cumple la función de poder detener a los extraños y proteger su territorio, en tanto barrera física lo mismo lo hace la simple línea demarcatoria no ya como barrera física sino simbólica. Esto permite resaltar la manera en que se va construyendo el poder convencional (simbólico) mediado en este caso por el lenguaje. En adelante cuando hablemos de poder convencional estaremos haciendo referencia al poder simbólico, pues los consideramos como equivalentes ya que lo característico del poder convencional es justamente su capacidad simbólica.

[6] Uno de los aspectos fundamentales a remarcar de la intencionalidad colectiva es que comparten una conducta operativa, pero principalmente estados tales como creencias, deseos e intenciones.


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