Experiencia en la construcción de políticas de género

Experiencia en la construcción de políticas de género

Anabella Di Tullio

Para iniciar esta reflexión en términos históricos, podríamos decir que el creciente proceso de industrialización, el surgimiento de los Estados-nación y el desarrollo de regímenes democráticos representativos, alteraron de manera drástica la situación de las mujeres hacia fines del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX. Estos cambios estructurales impactan en el lugar que las mujeres ocupaban en la sociedad, debido principalmente a la transformación del significado económico y político de la familia (Jaggar, 1983).

El capitalismo industrial desplazó la producción del hogar a las fábricas, y en este traslado produjo el resquebrajamiento de la centralidad que las mujeres detentaban en esas economías familiares cuyo núcleo de producción era la unidad habitacional familiar.(1) La importancia que las mujeres de la clase trabajadora revestían para el sostenimiento y reproducción del orden social mediante su inserción activa en el sistema de trabajo productivo –necesario para la supervivencia de su familia– fue minada a la vez que crecía simultáneamente la dependencia económica de las mujeres hacia sus esposos.

Del mismo modo, las mujeres pertenecientes a las clases altas aristocráticas que gozaban de una cierta influencia política dado el carácter de su pertenencia familiar, vieron declinar ese poder junto con el estatus de la nobleza y la aristocracia (Jaggar, 1983, pp. 3-4). La familia sufría transformaciones sustanciales y con ella, el rol de las mujeres en la propia familia, en el trabajo y en la sociedad.

Pero estos cambios marcaron también nuevos desafíos y oportunidades. En el plano económico, la posibilidad de trabajar fuera del hogar y de recibir una retribución salarial por dicho trabajo, podría permitir una mayor independencia a la vez que abría la posibilidad de identificarse como una persona autónoma y no ya en relación a su pertenencia familiar.

En este sentido podemos afirmar que el liberalismo, teoría política que acompaña estos procesos y transformaciones, albergó desde sus inicios una fuerte ambigüedad: a la vez que proclamaba que todos los hombres habían nacido libres e iguales, excluía a las mujeres de esa igualdad y libertad sobre la que se erigían los nuevos tiempos (Pateman, 1991).

No obstante, esas mismas ideas de igualdad y libertad individual comenzaban a establecer el terreno que posibilitará el cuestionamiento de la “natural” subordinación de las mujeres con respecto a los varones. Una vez se han concebido a los seres humanos como iguales, requiere por lo menos de una explicación; la razón por la cual se sigue tratando a las mujeres en forma diferente a los varones. En las nuevas sociedades liberales, el lugar de las mujeres deviene una paradoja: la promesa aparentemente radical y emancipatoria que el nuevo orden presentaba como universal contrastaba con la subordinación social, política y económica en la que se encontraban las mujeres.(2) Esta contradicción comienza a hacerse cada vez más visible a partir de este momento, pero tiene sus orígenes filosóficos y teóricos en el nuevo lugar que a partir de Hobbes, tiene el individuo como sujeto autónomo de la política.(3) En referencia a esto, Ángeles Perona indica:

La paradoja está servida y constituye una clave hermenéutica para entender la génesis y estructura de ese nuevo espacio de lo político. (…) El primer momento está Entre problemáticas, propuestas y reflexiones
sobre los espacios educativos y académicos representado por la obra de Hobbes, en la cual, por un lado, se instituye un principio de igualdad universal en el contexto del estado de naturaleza y, por otro lado, sin solución de continuidad se defiende un concepto de igualdad restringida a los sujetos del pacto (Perona, 1995, p. 29).

Esta contradicción fue rápidamente puesta de manifiesto por mujeres y hombres que alzaron sus voces para denunciar la exclusión de las mujeres de la sociedad política naciente. Nombres como los de Mary Astell, Poulain de la Barre, D’Alembert, Diderot, Condorcet, Olympe de Gouges, Mary Wollstonecraft, por mencionar algunos de los más reconocidos (O´Neill, 1998), representan esa crítica temprana a una sociedad que, confiada en la idea de progreso, dejaba fuera de ella a quienes habían nacido mujer.

Re-actualizando las palabras con las que se definiera Olympe de Gouges,(4) la paradoja parece ser el espacio en el que el feminismo se sitúa para reflexionar; y como afirma Fina Birulés: “detenerse en la paradoja también puede ser un buen indicador, ya que pone de manifiesto nuestra disposición a prestar atención a la complejidad de un asunto. Y aún podemos ir más allá: también es un indicio de nuestra capacidad o de nuestro deseo de desestabilizar de manera creativa lo que nos ha sido dado” (Birulés, 2015, pp. 17-18). De este modo podemos pensar las paradojas no como dilemas excluyentes, sino como tensiones teórico-políticas que nos permitan elaborar alternativas para una redefinición de lo político desde el feminismo. Porque habitar la paradoja, vivir los espacios de contradicción, dar cuenta de las tensiones permanentes de la teoría –crítica– y la práctica –afirmativa– “es tanto la condición histórica de existencia del feminismo como su condición teórica de posibilidad” (de Lauretis, 1999, p. 34). Indagar en los fundamentos del liberalismo político y los problemas que esta teoría comporta para una teoría política feminista, puede ser un buen modo de contribuir a esa tarea.

Desde sus inicios, el feminismo ha establecido una compleja relación con el liberalismo. En ocasiones se habla del feminismo como heredero del liberalismo, en el sentido de que el feminismo sería la culminación del proceso comenzado por las revoluciones burguesas, pues representaría la búsqueda de la extensión de los derechos liberales de los que gozan los hombres a las mujeres. Las obras de Mary Wollstonecraft y de John Stuart Mill son testimonio de que el feminismo y el liberalismo no siempre han estado enfrentados. Sin embargo, y a pesar de tener un origen común en el surgimiento de los individuos libres e iguales como fundamento de la sociedad, y en la radical crítica a toda forma de jerarquías y subordinaciones tradicionales, la teoría feminista ha sido fuertemente crítica de la teoría liberal.

Los principales cuestionamientos que desde la teoría feminista ha merecido el liberalismo se han centrado en desvelar que aquellas categorías que se pretendían universales, y que por tanto, agrupaban a todos los seres humanos, no lo eran en modo alguno. Así, las mujeres no estaban incluidas en los pretendidamente universales términos de “hombre” o “individuo”, y por ende, tampoco se las incluía cuando se hablaba de voluntad libre, consentimiento, autonomía, igualdad y libertad. El contrato era un pacto entre caballeros.(5) De este modo, queda al descubierto la paradoja a la que ya hemos hecho referencia: a la vez que se proclama la condición universal de la igualdad y la libertad de los hombres, se excluye de esos atributos “universales” a la mitad de la humanidad, dejando en evidencia la falsa neutralidad del término “hombres”, el cual debe leerse en masculino.

Desde la teoría política feminista, Anne Phillips ensaya una respuesta a la pregunta acerca de qué es lo que molesta tanto a las feministas del liberalismo: “Una objeción clave es (…) que al promover una igualdad meramente formal entre los sexos, falla al ofrecer una igualdad sustantiva de poder” (Phillips, 2009, p. 131). La teoría feminista ha resignificado la idea de igualdad, extendiendo su alcance de modo tal que amenaza otros valores liberales y pone en discusión la propia estructura del liberalismo político. Estas autoras han ido más allá de la concepción liberal tradicional de igualdad así como del rol del Estado, el cual no solamente debería tener un papel activo en la promoción de programas de “acciones positivas”, sino además hacer materialmente posible que las mujeres puedan ejercer sus derechos. En la medida en que existen diferencias materiales y simbólicas que constituyen desventajas para ciertos grupos de personas, una política pública justa requiere la aplicación de un trato diferenciado y no de un principio estricto de igualdad.(6)

En el mismo camino, cuando la teoría feminista entiende el matrimonio y la familia en términos políticos, y utiliza conceptos como igualdad, libertad o justicia para analizar las relaciones familiares, cuestiona abiertamente las nociones liberales de privacidad o derecho a la intimidad, y con ello, la división de lo público y lo privado tal como es concebida por el liberalismo. En este sentido, Carole Pateman sostiene que “el intento de universalizar el liberalismo tiene consecuencias de mayor alcance de las que se acostumbra a considerar, porque al final este intento acaba por cuestionar el liberalismo en sí” (Pateman, 1996, p. 31).

La igualdad de oportunidades formal, conseguida gracias a la valiente lucha de tantas mujeres a lo largo de la historia, es importante en el análisis de los orígenes de aquellos principios que rigen nuestras vidas políticas, y es necesaria para mejorar nuestras vidas como ciudadanas, pero resulta insuficiente en la práctica política cotidiana en la cual deberíamos tal vez, como sugiere Drucilla Cornell, liberarnos del “uso de la comparación de géneros como ideal de igualdad” (Cornell, 2001, p. 21). Avanzar hacia un ideal de igualdad y libertad implica cuestionar esta comparación, a la vez que se cuestionan las instituciones que se pretenden neutrales e irrefutables y que pertenecen a un orden simbólico masculino. En palabras de Mary Dietz:

Literalmente: «el acceso no basta», ya que una vez en el terreno de «el acceso igual», quedamos atrapadas en toda una red de conceptos liberales: derechos, intereses, contratos, individualismo, gobierno representativo, libertad negativa. (…) [S]uscribir estos conceptos, para las feministas puede significar nublar en vez de iluminar una concepción de la política, la ciudadanía y la «buena vida» adecuada a los valores e intereses feministas (Dietz, 1990, p. 120).

Tal vez, entendiendo a la igualdad como una categoría política construida como sustento de la diversidad de las acciones humanas, y a las experiencias de las personas como prácticas de la libertad, podamos avanzar en la des-identificación de la igualdad como categoría, de los supuestos de abstracción, identidad y homogeneidad. Quizás ese sea el punto de partida que el feminismo nos ofrece para comenzar a transitar esas nuevas concepciones de la política, de la ciudadanía, y de la “buena vida”.

Reflexiones e intercambios finales

Para concluir con el desarrollo de esta producción, invitamos a reflexionar sobre las diversas cuestiones vinculadas al género, como por ejemplo, entre los primeros interrogantes surgió la idea de repensar si la escuela instituye lo común dentro del contexto de los espacios liberales, luego se reemplaza por lo público ¿hasta dónde se superan las diferencias violentadas anteriormente? En este sentido, la escuela es una institución normativa, reproductora de relaciones de poder y de desigualdades. En cuanto a una institución de ámbito público para muchos alumnos escuela es un ámbito de socialización en términos de igualdad y de libertad primarios. Ante núcleos familiares que pueden ser romantizados como vínculos amorosos en los que priman el amor y el respeto, se sabe que esto no siempre es así, entonces para muchos estudiantes la escuela es un refugio no solo un sistema de reproducción de normas y saberes. Pero también es una institución de normas de género y para muchos niños/as adolescentes es un lugar de opresión de la posibilidad de mostrarse en el espacio público tal como son. En este aspecto, el rol de la escuela en la construcción de infancias más libres, más igualitarias básicamente está en nuestras manos (…) Debemos analizar nuestras prácticas en la relación que establecemos con los estudiantes, y que se trate de hacerlo en términos de igualdad y libertad.

Por otra parte, teniendo en cuenta los principios del liberalismo respecto al individualismo ¿Cómo se sale de la lógica de la individualización y la violencia que algunos ejercen sobre los colectivos? No se puede pensar en el individuo sino se piensa en relación a la comunidad. Y no se puede pensar en la comunidad sino en los derechos reales y sustantivos de cada una de las personas que las conforman. En el sentido de los colectivos como todos iguales, creo que la persistencia en la lucha es la única forma de conseguir los objetivos.

Por último, ¿Es posible pensar desde una práctica conservadora liberal un currículum des-patriarcalizado? (..) vivimos en una sociedad patriarcal y muchas veces reproducimos este sistema que sostiene y reproduce situaciones de jerarquía, desigualdades y subordinación sobre el otro sexo. Esto está encarnado en las instituciones y en las prácticas cotidianas de cada uno, muchas veces sin darnos cuenta. (…) siempre se puede pensar en un currículo des-patriarcado, pensar en un currículum igualitario es necesario (…)

Marta Beatriz Acuña


(1) Para un análisis del modo en que afecta el proceso de industrialización capitalista a las unidades familiares véase Engels, Friedrich (2008 [1884]) El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Madrid, Alianza Editorial.
(2) Huelga decir que no sólo las mujeres se encontraban en una situación de subordinación socio-económica y política, pero es a partir de la subordinación propia de las mujeres que nos interesa analizar la contradicción propuesta.
(3) En este sentido, C.B. Macpherson afirma: “el individualismo, como posición teorética básica, se remonta cuando menos a Hobbes. Aunque difícilmente cabe calificar de liberales a sus conclusiones, sus postulados fueron en cambio altamente individualistas”. (Macpherson, 1979, p. 15).
(4) “[U]na mujer que sólo tiene paradojas para ofrecer y no problemas fáciles de resolver”, De Gouges, Olympe (1788) Le bonheur primitif de l’homme, París, p. 23. (Citado en Scott, 1996, p. 4).
(5) En este sentido, Seyla Benhabib afirma: “Las teorías morales universalistas de la tradición occidental desde Hobbes hasta Rawls son sustitucionalistas en el sentido de que el universalismo que defienden es definido subrepticiamente al identificar las experiencias de un grupo específico de sujetos como el caso paradigmático de los humanos como tales. Estos sujetos invariablemente son adultos blancos y varones, propietarios o al menos profesionales” (Benhabib, 1990, p. 127).
(6) “[L]a diferencia no se origina en unos atributos naturales, inalterables y biológicos, sino en la relación de los cuerpos con reglas y prácticas convencionales. En cada caso, la afirmación política de derechos especiales procede no de la necesidad de compensar una inferioridad, como podría interpretar alguien, sino de la valoración positiva de la especificidad en diferentes formas de vida” (Young, 1996, p. 122).


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