
Por Prof. Diego Ledesma
Subsecretaría de Interculturalidad y Plurilingüismo – MECCyT
La traducción posibilita la inteligibilidad mutua entre las diversas experiencias socioculturales del mundo. No es novedad que el traductor debe ser capaz de trasladar estas experiencias más allá de las palabras o construcciones gramaticales. En el actual contexto de globalización y universalización, con su condimento histórico de colonización, sufrida y padecida aún hoy por los pueblos, el traductor se encuentra frente a la ardua labor de la traducción comprometida e inclusiva. Una traducción que respete los múltiples mundos dentro del mundo, que abarque el pluri-verso de los pueblos, que promueva la justicia social global.
“la traducción intercultural se presenta como una alternativa a este universalismo abstracto en que se asientan las teorías occidentales”
En este sentido, la traducción intercultural se presenta como una alternativa a este universalismo abstracto en que se asientan las teorías occidentales. Pero ¿qué es la traducción intercultural? Se propone a continuación un breve recorrido por distintas postulaciones en torno la interculturalidad, la traducción intercultural y el rol del traductor.
La relación entre la modernidad occidental y las culturas no occidentales se define por procesos históricos de destrucción y asimilación. Esta destrucción o asimilación tuvo como medios la conquista militar, la conversión obligatoria, el adoctrinamiento ideológico, la represión lingüística e incluso la profanación de espacios sagrados.
De cualquier modo, el fin de la cultura del opresor siempre fue el mismo: la negación del otro a través del unilateralismo imperial. De este modo, el opresor rechaza cualquier cultura no occidental como alternativa cultural relevante. (Dallmayr, 2006, p.76).
El traductor no es ajeno a estos procesos históricos, que casi siempre han llevado a los pueblos, sus comunidades y su gente a la muerte, al sufrimiento y a la marginación, ubicándolos por veces en entornos e imaginarios sociales de estigma, como pobres, como gente incivilizada, sin educación y sin conocimientos. La carga misma que implica esta representación social es injusta, es lacerante y tiene consecuencias nefastas, contra las que los pueblos y las personas tienen que enfrentarse. (Aguirre, 2013)
Según de Sousa Santos, el traductor tampoco debe ser ajeno a la globalización contrahegemónica, al auge de movimientos sociales fundados en premisas culturales no occidentales, a la consiguiente distancia respecto de la tradición crítica y la imaginación política occidentales, al desplome del internacionalismo, y a la similar crisis del
universalismo abstracto y las teorías generales cuya lucha toma cada vez más fuerza. Estos diversos factores convergieron para para dar a luz al concepto de traducción intercultural.
Entonces ¿qué es la traducción intercultural?
La traducción intercultural, tal como postula el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, “es un tipo de traducción que lucha y recusa el sufrimiento injusto, sistémico y global causado por el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado”. Según Fernando Limón Aguirre, también sociólogo, “la traducción no es un gesto de curiosidad intelectual o de diletantismo cultural. Es un imperativo dictado por la necesidad de ampliar la articulación política más allá de los confines de un determinado lugar o una cultura dada. Es una las relaciones sociales en que se basa la traducción de intermovimientos y la lucha por relaciones de poder menos desiguales.”
El traductor debe ser consciente de que también el proceso traslativo es un acto político, donde intervienen relaciones de poder entre una cultura dominante y una cultura dominada. Y, por tanto, el traductor debe crear conciencia para reinventar la emancipación social y la imaginación política insurgente.
En este sentido, Michaela Wolf (2008) afirma que “hace tiempo que la traducción salió del cerco protector de la cultura filológica de la traducción, y ha pasado a ser cada vez más una categoría fundamental de la teoría cultural y la política de la cultura”.
Respecto al rol del traductor, Wagner, basado en Gramisci, habla de filología vivente, y resalta el esfuerzo colectivo de traducir mediante “una participación activa y consciente”, es decir, con passionalità. Este concepto es de suma importancia, indica el sociólogo, porque subraya los sentimientos que encarnan el acto de participar en los significados y afectos, y compartirlos, mientras se desarrolla el proceso de traducción. Sin embargo, el cambio hacia una traducción intercultural es un camino largo y sinuoso. Así lo expresa Fernando Limón Aguirre:
La interculturalidad es camino (que se hace al andar), es un camino por el cual se configuran las subjetividades, maneras concretas de vivir en la diversidad sin perderse, modos creativos y flexibles de relacionarse para ofrecer y aceptar, para dar y recibir, así como también prácticas precisas de respetarse. Es por tanto una epistemología, una siempre renovada epistemología, que va condicionando nuestra forma de entender y de relacionarnos con las cosas, los hechos, los procesos y los fenómenos. Aguirre (2013)
Por su parte, Georgio Baratta, agrega que la filología viva de Gramsci “va más allá de los textos” y se centra en las condiciones sociales y políticas concretas con las que se supone que los textos están relacionados y sobre las que se supone que producen algún impacto. (1)
También Victor Hugo (1996:209) ponderó el rol del traductor al afirmar que “tiene una función civilizadora, sirve de puente entre los pueblos. Trasvasa el espíritu humano de unos hombres a otros.”
El traductor debe buscar un diálogo transformador, favorecedor de la toma de conciencia y una traducción virtuosa, en el sentido que mediante ella se reformulan las ideas, se reformula la experiencia y se reformula la historia.(2).
El traductor y las escuelas de traducción son llamadas a tomar distancia respecto de la tradición crítica urocéntrica occidental. Al traductor le corresponde lograr una traducción descolonizadora como forma de lucha contra un largo pasado de relaciones brutalmente desiguales entre las culturas metropolitanas y coloniales. El traductor y el intérprete tienen frente a sí el reto de la libertad del espíritu humano, presente en las producciones textuales.
Suscribiendo la teleología de Benjamin, la traducción está convocada a contribuir con la búsqueda y conse cución de la definitiva y decisiva reconciliación. Para ello debe ir en pos de encontrar la intención que está contenida en la lengua, en el nombramiento, en el conocimiento de las cosas y de la vida, a saber: la verdad. El tercer ojo del traductor es, por tanto, el ojo reaccionario y transformador de los procesos comunicativos interculturales que todo traductor debe desarrollar.
1) Baratta, 2004: 1
2) Revista Tinkuy, n° 20 – año 2013 - Section d’Études hispaniques - Université de Montréal
Descargar el artículo completo Revista Ed. 1 – N° 3-Art5 p. 21-25